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Por el paseo,
a sus trabajos. Pocos
miran el mar.




Paloma vieja,
me acerco y ni un amago
de alzar el vuelo.




La vagabunda,
llamando "¡estrella!" y "¡linda!"
a una muchacha.




Fraguó el cemento
vertido anoche, huellas
de gato incluidas.




Dos supersónicos
y en el cielo una equis
desvaneciéndose.




Bastó una barca
para llenar de ondas
toda la ría.




Crece acercándose
el cedro a mi ventana.
Casi lo toco.




La bajamar.
Esqueletos de barcos
al descubierto.




Hace unos días
eran gato esas manchas
en el asfalto.




Un coche pasa.
Lleva la misma música
que yo en el walkman.




Todos atienden
a la fachada gótica,
nadie al mendigo.




Llenando calles,
atropelladamente:
¡somos la gente!




Viejo en un banco:
consigue levantarse
a la tercera.




Perros del parque:
desde un segundo piso
otro les ladra.




Viejo el bar. Viejos
los jugadores. Viejos
también los naipes.




Amigos checos.
Canciones de borrachos
en otro idioma.




En el tendal
de los nuevos vecinos
ropa de niño.




Sombras en casa:
se mueven cada vez
que pasa un coche.




Mientras la nube
salta el monte, su sombra
lo va trepando.




Partida en dos
por un tronco podrido:
agua del río.




En la campana
un mirlo no esperaba
la campanada.




De un lado al otro
del valle se replican
dos campanarios.




Varias personas,
calladas, simplemente
mirando el fuego.




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