Palabras de inicio
Le debo a la topografía -mi oficio- algo mucho más importante que la paga mensual: mi acercamiento -tardío, pero acercamiento, en todo caso- a la Naturaleza. Poco a poco (¿o fue de repente?), en los descansos del trabajo, me di cuenta de que estaba en el monte, y de que esa cosa caótica, verde y desmesurada se iba transformando en árboles con sus nombres y particularidades, y en accidentes geográficos que los lugareños conocían como Alto da Portela o río Bouzós. Desde entonces sentí que estaba en deuda con el mundo, con el verdadero mundo, de espaldas al cual había estado viviendo hasta esos momentos.
Con semejantes precedentes es muy fácil comprender que cuando mi amiga del alma E. E. me reveló la existencia de algo llamado haiku, el flechazo entre los poemillas japoneses y un servidor era de esperar. Y, a partir de aquí, no puedo decir mucho más, supongo que la historia todavía se está escribiendo.
Existen tantas definiciones de haiku tan acertadas que me parece un esfuerzo absurdo el devanarme los sesos procurándome una propia y original que sin duda no aportaría nada a las ya existentes. De entre todas, resuena en mi mente -y por algo será- la de María Victoria Porras: "haiku es hacerle sitio a la verdad".
Me gustan los haikus de corte clásico, pero creo a la vez que lo rígido, lo inflexible, corre el riesgo de fosilizarse, por lo que mi primer y único precepto a la hora de escribir o entender haiku es eso tan indefinible, pero tan lleno de una verdad tan intensa, de que "tenga sabor a haiku". Estoy convencido además de que, del mismo modo que practicar deporte es sano independientemente de la marca que el deportista consiga, practicar haiku es una disciplina íntima que requiere y que exige humildad, atención, sensibilidad y retórica poética -¿por qué no?- recomendable en sí misma para el espíritu, con independencia de que el haiku resultante tenga mayor o menor calidad.
Y para acabar no puedo ni quiero dejar de mencionar que el haiku me ha permitido conoceros a muchos de vosotros, gente maravillosa.
Luis Carril García
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