V. Tina y el perro
Hay un perrito
encima del felpudo. Y está mojado. Anunció Tina entrando en casa con las botas empapadas. Su padre no respondió, atento a las noticias de la tele. La madre no la oyó porque tenía puesto el extractor de la cocina. La abuela, que se había adormecido en su sillón, abrió los ojos de repente:
— ¡Un perrito!
Y, como un eco, resonaron las voces del padre y de la madre.
— ¡Un perrito!... ¡un perrito!...
Tina entró tímidamente en el salón, sabiendo que se preparaba una tormenta familiar.
— ¿Y cómo ha llegado ese perrito hasta aquí? –preguntó el padre apuntando a su hija con el mando del televisor.
Llovía mucho
y el perro se metió bajo el paraguas. — ¡Qué casualidad! –exclamó la madre poniendo los brazos en jarras mientras el padre, armado con un periódico enrollado, se dirigía hacia la puerta.
— ¡Ahora mismo me libro de ese chucho!
En el rellano, vio al perrito hecho un ovillo y temblando.
— ¿Por qué has traído a ese perro, Tina?
Yo iba cantando
y el perro me siguió bajo la lluvia. La abuela se acercó, arrastrando las zapatillas y, de un manotazo, recogió al perrito del suelo.
— ¡Hay que secarlo! –sentenció.
— ¡No quiero en casa a ese animal! –protestó el padre.
— ¡El animal eres tú! –exclamó la abuela levantando la nariz con mucha autoridad.
— ¡No quiero ni verlo! –dijo la madre cerrando los ojos–. Que luego les cojo cariño…
Entre tanto, la abuela, con el perrito en brazos, se fue hacia el baño para secarlo, mientras decía:
— Pues tiene un color muy bonito.
— ¡Seguro que tiene dueño! ¡Hay que buscarlo! ¡El perro llevará un chip! –protestaba el padre mientras volvía a sentarse frente al televisor.
Tina se fue detrás de la abuela para ayudarla. Al rato, el perro, con el pelo reluciente, entró en el salón y de un brinco se subió al sofá. El padre se levantó de un salto.
— ¡Maldito chucho descarado!
— ¡Nos va a estropear los muebles! –se quejó la madre acariciando la mesa.
— ¿Más de lo que están? –criticó la abuela, mientras traía leche en un plato.
El padre, nervioso por ver al chucho ocupando su sitio, no se atrevía a tocarlo.
— Mañana mismo lo llevamos al veterinario, a ver si lleva un chip. ¡Tina, quítalo de aquí!
La niña acercó el perrito hasta el plato de leche y éste se puso a lamer con mucho entusiasmo. Tina lo miraba conmovida.
Perro perdido.
Se conforma con leche y unas caricias. La abuela sonrió y dijo de repente:
— Estoy segura de que no tiene dueño. ¿Apostamos?
El padre levantó las cejas y se le cayeron las gafas.
— ¿Qué apostamos?
— Que si no tiene dueño, nos lo quedamos. –respondió la abuela.
Tina suspiró feliz y bautizó al perrito:
Como has llegado
en medio de la lluvia, tu nombre es "Rayo". Susana Benet
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