Harmonia tou kosmou (parte I)
Al moverse los astros nace una armonía, puesto que sus ruidos son armónicos…
y, suponiendo que también las velocidades tienen por las distancias las relaciones de los acordes musicales,
dicen que es armonioso el sonido de los astros que se mueven en círculo.
(Aristóteles, refiriéndose a los Pitagóricos, en De Coelo.)
El nombre de las estrellas
y el canto de los grillos...
La cita de Aristóteles versa sobre la idea pitagórica de la proporción y de la medida. En una interpretación, digamos, más ajustada, esa declaración procedía de la observación de la armonía de los sonidos; pues armonía y simetría estaban directamente en correspondencia con la función del oído y de la vista respectivamente, dos de los sentidos corporales en los que la denominada Gran Teoría, referida al Arte y a lo Bello, basaba su concepción "estética"; palabra entrecomillada, ya que no fue utilizada como tal sino a partir del siglo XVIII (con Alexander Baumgarten, en 1750) y cuyo significado se refería al concepto de una ciencia específica de la belleza: la Estética. Con distinta materia y razón sucedería, en otro tiempo y en otra región geográfica, algo similar con la palabra "haiku" (Masaoka Shiki, 1768-1852). La Escuela pitagórica fue una de las primeras en hacerle un lugar a dicha estética. Pero no fue menos cierto que, para Pitágoras y sus discípulos, la abstracción, en su relación intangible con respecto a las cosas, se tornó tan etérea que llegó a predominar el semblante cuantitativo respecto del cualitativo. Esa relación y regularidad la elaboraron especialmente en la acústica, donde el número y la medida fueron el resultado de un profundo refinamiento formalista y de abstracción llegando a suponer toda una categoría: la de que los números constituían todo lo que es. La consecuencia más inmediata fue enunciar que la naturaleza obraba siguiendo determinadas medidas; es decir: números. Y de ahí no hubo más que un paso en convertir la aritmética en geometría; en representar el 1 con el punto; el 2 con la línea… Para bien o para mal, es algo así como la prueba justificable de haber forjado toda una concepción estética, oculta y entreverada de misticismo científico, por el que se hallarían enlazadas la matemática y la música. No obstante, se ha dicho de Pitágoras que fue el primero en aplicar al universo el nombre de cosmos, de orden, pues todas las cosas componían una sinfonía, un "mundo músico" que invitaba a la armonía y a la adecuación al ritmo que era la ley del universo. Dicha armonía vino a significar la unidad en la pluralidad y el acorde con lo discordante. Estos intrépidos especuladores que fueron los pitagóricos llegaron incluso a desarrollar una teoría ética y terapéutica de la música (una psicagogía, una "guía de las almas") capaz -según ellos- de restablecer la armonía del alma individual. ¡Oh música de las esferas...!
Con justa razón dijo Goethe: "Toda teoría es gris y sólo es verde el árbol de doradas frutas que es la vida"...; pero, aun así, no puedo por menos que sonreír para mis adentros. Hay que ver cuán pujante y hermosa puede llegar a ser nuestra imaginación asistida por el entendimiento y cuán grandiosos son nuestros esfuerzos por traspasar los límites de nuestro mundo. Qué colosal derroche de fantasía y esfuerzo por revelar y fundamentar todo cuanto al mismo tiempo quisiéramos someter al yugo de nuestras leyes. Y, sin embargo, nada de cuanto aquí hemos contado ha sido inútil del todo; o puede que sí, pero quizá por otras razones o teorías, al fin y al cabo, pero quién lo sabe… Este personaje, Pitágoras, junto con sus discípulos, fueron quienes orientaron y fijaron los cimientos de una determinada concepción de la belleza –la denominada Gran Teoría– que ha imperado durante más de dos mil años. Es decir, que esta milenaria garantía de objetividad de lo bello y de esa relación con la forma exacta, calculable e inteligible ha supuesto para todos nosotros la efectiva primacía de la vista y el oído frente a los otros sentidos, que también -quién de entre nosotros lo dudaría ya– trasmiten la experiencia de lo bello; o, formulado de un modo más extenso, todo lo que abarque tanto a las obras de arte, al hecho artístico, como a toda experiencia estética proceda de donde proceda.
José Luis Vicent