Una vuelta en bici
He salido a dar un paseo en bicicleta por los alrededores del pueblo. Me acompaña esa confianza en lo corporal que incontables veces la mera costumbre nos procura. Transito por lugares de escaso interés urbano hasta llegar a la periferia. Aquí, en los márgenes del pueblo, reside para mí la bonanza purificadora de los campos de cultivo y los naranjales. Percibo en los huertos y en las pequeñas acequias de regadío la perseverancia del hombre de campo por mantener saneada la tierra y los árboles frutales. El amor sin renuncia a una forma de vida que ha sido y seguirá siendo la virtud privilegiada del hombre de campo.
Es una mañana de comienzos del otoño y el sol, en el Levante mediterráneo, insiste en su querencia al verano. El otoño mediterráneo conserva, a diferencia del otoño europeo, una característica luminosidad que incide sobre el perfil de las sombras antes bien que sobre esas otras cualidades cromáticas de las hojas y de las plantas. Aquí, el verdor de las hojas de nuestros árboles no desaparece tanto ni tan apresuradamente como en los bosques norteños. En nuestro clima, la mayor parte de los árboles son de hoja perenne.
No es cosa de ir velozmente en este paseo matutino bajo el sol. Pedaleo con el mínimo esfuerzo que me permiten las veintiuna marchas de velocidad de que dispone mi bicicleta. La finalidad de este vagabundeo no es otra que trastear aquí y allá, sin un rumbo establecido. De ahí que la palabra ‘vuelta’ se ajuste tan atinadamente al propósito de mi expedición. Giro, rotación, vuelta, círculo, regreso, pedaleo… Cada una de estas palabras, como en la escritura, puede ser un indicio de aquello que vamos indagando sin buscar. Y mientras percibo sobre el rostro ese ligero atisbo otoñal de la brisa mañanera y el moderado esfuerzo de los músculos de mis piernas, intuyo que si presto la suficiente atención mientras me desplazo sobre las dos ruedas, puede que se revele alguna señal que no esté tan expuesta a la mirada del paseante; y que de los campos y frutales, también en mi conciencia, lleguen a brotar insólitos pensamientos o que mis reverdecidos sentidos consigan librarse del letargo otoñal. Pero quién sabe qué hallazgos le deparará al viajero su viaje, sin importar si es de larga o corta distancia; pues quizá todo desplazarse no sea al fin y al cabo sino un ilusorio alejamiento por la periferia del mundo con el obligado retorno al punto del que partió.
Brisa otoñal
Escucho, entre naranjos,
la voz de un burro
José Luis Vicent