La senda del caracol
Estimados compañeros y lectores de El Rincón del Haiku:
Hace muchos años tuve el privilegio de recibir una proposición que en su día no me atreví a aceptar pero tampoco a desestimar por completo. Luis Corrales, editor de la revista, me invitó a que escribiera algo más que haikus. Me sugirió probar con la prosa haibun o con algún ensayito para cubrir una serie mensual. Agradecí su confianza y la distinción que me brindaba pero en un principio no fui capaz de aceptar su propuesta, porque no me sentía lo suficientemente preparado todavía. Ahora, echando la vista atrás, recuerdo que la suya no fue la única proposición que hube de rechazar, aunque con toda probabilidad sí fue la más temprana. Algo debió de advertir Luis Corrales en este individuo, porque poco después, cuando yo aún no me había atrevido a aceptar su propuesta, me zambullía a pulmón libre en un mar inmenso y profundo como es este del haiku, y máxime en un foro abierto a cualquier lector del planeta. Mi osadía no tenía ya remedio. Si me disponía a pensar en ello, en aceptar algún tipo de compromiso, de inmediato me echaba para atrás. Si no lo pensaba y dejaba correr sin más mis ocurrencias e ideas sobre cualquier aspecto del haiku, la cosa era bien distinta: mi atrevimiento entonces no tenía límites y, cosa sorprendente, parecía que funcionaba. Era cuestión de tiempo el que llegase el día en que por fin saltara desde el acantilado y me expusiera a realizar unas cuantas inmersiones en ese mismo mar que tanto respeto me infundía.
También hoy, desde esa mirada evocadora de la que antes hablaba, recuerdo que fue algo muy especial acertar con El Rincón del Haiku. Tal vez fue uno de esos llamados momento καιρός, kairós; el momento adecuado y trascendental de iniciar una senda totalmente desconocida pero con suficiente corazón como para no dudar en seguirla. Puedo afirmar sin tapujos que existió desde el primer contacto un marcado feeling tanto con el editor como con la revista. Si había algún lugar y alguna gente que pudiese mostrarme por dónde dirigir mis primeros pasos en el haiku, seguro que ese lugar y toda la gente que transitaba por allí iba a ser esencial. Han pasado los años y mi fidelidad hacia este sitio permanece intacta. Hay motivos para esa fidelidad por lo mucho que el Rincón me ha aportado en mi camino personal; con ciertas discrepancias pero asimismo con valiosas afinidades.
Ese mismo o tal vez renovado momento oportuno, ese kairós, parece que nuevamente se ha motivado en correlación con aquel mi primer encuentro con el Rincón: el título que encabezará esta serie mensual, Rastros de caracol, tiene mucho que ver con mis orígenes.
Quizá algunos se hayan preguntado por qué elegí a un caracol como avatar; pues bien, el caso es que esto tiene –o mejor dicho, tuvo– una íntima significación relacionada con mi estreno; no sólo en lo que al haiku se refiere sino también en mi relación personal con Luis Corrales. Fue sobre el otoño del 2004 cuando me decidí a participar en aquellos concursos semestrales del viejo Tablón con cinco primerizos y ruinosos haikus; había entre ellos uno sobre caracoles... Mi ignorancia era tal que opté por consultar previamente a su organizador si aquellas cinco piezas con las que pretendía participar podrían ser admitidas a concurso. Y es que, como a muchos nos ha sucedido, estaba ya ansioso por recibir mi primera lección sobre la materia. No se hizo de rogar el administrador de la página y en breve devolvió la esperada contestación. En ella me decía –poco más o menos, porque lo recuerdo con deficiencias salvo lo de los caracoles– que había tan solo dos que podría llegar a admitir como haiku; y que de esos dos, no sé cuál sería el otro, este de los caracoles le parecía cruel… Pues bien, el adjetivo "cruel" me hizo saltar como un resorte no solo para que decidiese retirarme del concurso sino para escribirle un correo a continuación manifestando que aquello no era algo "cruel", ¡qué va!, sino inevitable, cosa que me parecía distinta; que, como bien afirmó Bashô, era lo que había sucedido en aquel lugar y momento. Que uno no andaba por ahí pisando caracoles como en un lagar. Que podía ser, como evidentemente supe después, un mal haiku; ¡pero de cruel, nada! Aquel bodrio decía algo así como "¿Llueven garbanzos? / el suelo cruje al andar / ¡Cuánto caracol!", El caso es que el Ayuntamiento del pueblo había parcelado varias hectáreas de cultivo de naranjos para fines urbanísticos y cuando llovía aparecían miles de caracoles de buen tamaño que apenas si encontraban de qué alimentarse y se dispersaban por las recién asfaltadas calzadas y por el pavimento de las aceras en busca de nuevos pastos. Los coches eran el mayor peligro para ellos, reventaban a cientos; pero solo caminar por la acera era poco menos que tratar de imitar a Chiquito de la Calzada para no chafarlos… Aquello era impresionante. Y ahí estaba yo, con un momento haiku que cortaba el aliento pero con unas trazas como escritor de haiku que dejaban mucho que desear. Acababa de iniciarme en el camino: así de simple. Así de horroroso. No mucho después, cayó en mis manos el libro de Vicente Haya. Y súbitamente me di de bruces con este haiku del gran Onitsura que Haya definía como de difícil clasificación: "Yo, hace tiempo, / con pisotear caracoles / tenía bastante". Me hizo tanta gracia ese segundo verso, que de inmediato le escribí a Luis un correo recordándole la anécdota. Para entonces ya estaba tan metido en harina que hasta me busqué un ‘aka’ para adentrarme en los diversos foros: Barlo. Así se lo comuniqué. Pero mantuve mi verdadero nombre y apellido para el Rincón.
Ahora, estos caracoles, tantos centenares de haikus, se propagan por mis cuadernos y foros; tantos que, aun conservando peores haikus si cabe que ese de los caracoles, me da no sé qué eliminarlos. Y eso que estuve a punto una vez. Se salvaron porque decidí que sirviesen para algo positivo: recordar mis primeros pasos por los andurriales del haiku. Errores y fallos. Logros y aciertos. Reflexiones y paradojas. Enredos y revueltas. Rastros dejados aquí y allá por el camino. Así que también esta será la trama que traspase estos rastros que he ido y voy dejando en mis notas. Rastros que, como el de los propios caracoles, unas veces serán muy cortos, otros más largos; otros serán circulares o permanecerán como estancados, como dormidos sobre el tallo de alguna hierba silvestre.
Mis mejores deseos de Año Nuevo para todos los lectores y lectoras de El Rincón del Haiku. Y ojalá que os gusten estos rastros y que asimismo os puedan interesar o servir de motivación y aliento para persistir en vuestro propio periplo literario y personal.
José Luis Vicent