VIII. Estaciones En la ciudad donde vivo no cae nieve. Sabemos que ha llegado el invierno por el incremento considerable de estornudos en las calles, por las bufandas de colores y porque los grandes almacenes son adornados con motivos navideños que incluyen algo parecido a la nieve, sólo que artificial.
En ocasiones, la temperatura llega a descender lo suficiente como para obligar a los habitantes a dejar las calles casi vacías, pero hasta ahí queda la cosa. Mucho frío, mucho frío, pero nada de nieve.
El invierno pasado pronosticaron las temperaturas más bajas en 40 años. Nunca llegaron y de haber sucedido, la ciudad donde vivo hubiese experimentado el sueño de muchos: conocer la nieve. Cuentan los que lo vivieron, que la ciudad donde vivo amaneció irreconocible aquella mañana de 1967: toda blanca. Desde entonces todos los inviernos han sido incompletos. Por mi parte, sólo supe del evento por fotos de archivo que he tenido el gusto de ver.
paisaje invernal
la señal de tránsito apunta hacia más blanco Así, en la ciudad donde vivo, pese a que en primavera las flores brotan por doquier, en verano el calor sube hasta el bochorno y las hojas caen en otoño, lo cierto es que en el invierno no hay nieve. Tal vez por eso, cuando la gente habla de estaciones, generalmente lo hace refiriéndose al transporte público. "Disculpe, ¿cuál es la siguiente estación?", "¿En qué estación se transborda para llegar a...?", "Qué llena está la estación"... En fin.
Hoy por la mañana escuché a un anciano decir. "El invierno sin nieve no es invierno". Guardé silencio.
mi ciudad natal
intentando un haiku invernal sin nieve Eso sí, en esta ciudad la nieve que todos conocemos es la de limón, que, por cierto, sabe más rica sentado bajo la sombra de un árbol y en domingo.
Israel López Balan
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