III. Bécquer en la piscina Con los cuarenta y dos grados que hoy marca el termómetro, no se nos ocurre otra cosa mejor, a mi hijo Ezequiel y a mí, que pasar el mayor tiempo posible en la piscina pública. Llegamos y escogemos un buen sitio, bajo un sauce llorón, donde extender las toallas y dejar las mochilas. No tardamos ni un minuto en zambullirnos en el agua, que no está todo lo fría que quisiéramos. Hacemos un par de largos. Ezequiel vuelve a ganarme, sacándome muchos metros, a pesar de que sólo tiene diez años. Termino con el corazón acelerado y la moral por los suelos.
Tras la carrera vienen los chapuzones y las bromas, que nos provocan a veces ataques de risa.
-"Mira, papá, los primos", dice de pronto Ezequiel.
En efecto, acaban de llegar mis primos Petra y Benito, y vienen a nuestro encuentro. Petra me da dos besos y se disculpa, quiere nadar un poco. Benito, en cambio, se sienta en la orilla de la piscina: "Yo soy de secano", dice, y, para corroborarlo, nos suelta dos refranes manchegos que le decía su madre de pequeño: "El chapuzón de Cristo: me salgo y me visto" y "El chapuzón de Santa Ana, para que no tengas frío ni terciana". Tras las risas, pregunto a Benito por el libro que está leyendo ahora: "Leyendas", de Gustavo Adolfo Bécquer (anoche me lo encontré con este libro en un banco, a la luz de una farola). Me dice que lleva leídas dos leyendas: "El Miserere" y "El gnomo".
Ezequiel se interesa por la conversación e, improvisadamente, se organiza un cuentacuentos, de esta guisa: Benito en la orilla, con los pies metidos en el agua y Ezequiel y yo dentro de la piscina, escuchándole. Al oír los argumentos de las leyendas, Ezequiel cree que el autor es Edgar Allan Poe. Le saco del error. "Pero ¿Bécquer no escribía poesía?". "Sí, y también cuentos de miedo."
Benito se anima y nos narra ambas leyendas con pelos y señales. Con "El Miserere" nos pone los pelos de punta. No ahorra detalles: el ulular del viento, la tormenta en la noche, las almas en pena de los monjes hacia el convento en ruinas, la macabra visión de los esqueletos bajo las túnicas... Ezequiel está interesadísimo, y Benito vive cada palabra. Luego, sin solución de continuidad, nos cuenta (ayudándose mucho de las manos) la narración de "El gnomo", y podemos sentir el frío nocturno del Moncayo, el extravío de las dos hermanas en la alameda, la aparición de lo sobrenatural...
Sin pretenderlo hemos improvisado algo parecido a aquellas veladas nocturnas de nuestros abuelos a la luz de la lumbre.
Pero de repente el cielo se nubla y asistimos, atónitos, al inquietante espectáculo de una sombrilla que vuela peligrosamente sobre nuestras cabezas. Una socorrista nos dice que tenemos que salir de la piscina, que hay peligro de rayos (Benito acababa de zambullirse y se diría que agradece la prohibición). El calor sofocante de hace unos momentos ha dado paso, de manera sorpresiva, a un viento que, al chocar contra nuestra piel mojada, nos pone la carne de gallina. Nos dirigimos raudos hacia el sauce llorón, para coger las toallas. Y, al cabo de unos minutos, como si todo hubiera sido una broma del espíritu de Bécquer, se van las nubes, se calma el viento y vuelve a hacer su aparición el calor:
tumbado al sol
van volando más cerca las golondrinas Frutos Soriano
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