XVI. Juegos de medianoche
Los cubiletes golpeaban la mesa entre largas risotadas mezcladas por el humo y el azar. "Cinco quinas, seis cenas, ocho trenes, nueve dones, cuatro ases, ¡dudo!...", gritaba don Fernando. Sonaban las bolas blancas y rojas del billarín, girando en perfectas circunferencias sobre el paño verde.
El amanecer se nublaba embriagado por largas conversaciones y anécdotas recurrentes que desempolvaba el tapete azul. En aquellas madrugadas amanecía el sol tarareando palabras inconclusas y desarticuladas. Nos levantábamos rodeados por copas vacías de martinis, vasos de whisky y un bosque de botellas de cerveza.
Las sobremesas se extendían hasta lo más prolongado del atardecer. Después, el polvo de los carros desaparecía por la ruta del horizonte hasta el siguiente fin de semana, cuando retornaban con nuevas ocurrencias a poblar la risa y agitar nuestros ingenuos corazones.
Madrugada:
por la orilla se escuchan
¡risotadas!
Alfonso Cisneros Cox